Hace unos días hablábamos del fin de la sociedad, del holocausto en sentido lato, y de cómo nos interesaba presenciar recreaciones literarias, cinematográficas, artísticas en general, de este terrible (y seductor) hecho.
Si, como se dijo el otro día, retomamos las palabras de Thomas Robert Malthus en su Ensayo sobre el principio de la población, veremos que cada día nuestra sociedad se aproxima más y más a su consunción.
La Población, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica. Los alimentos tan sólo aumentan en progresión aritmética. Basta con poseer las más elementales nociones de números para poder apreciar la inmensa diferencia a favor de la primera de estas dos fuerzas.
No veo manera por la que el hombre pueda eludir el peso de esta ley, que abarca y penetra toda la naturaleza animada. Ninguna pretendida igualdad, ninguna reglamentación agraria, por radical que sea, podrá eliminar, durante un siglo siquiera, la presión de esta ley, que aparece, pues, como decididamente opuesta a la posible existencia de una sociedad cuyos miembros puedan todos tener una vida de reposo, felicidad y relativa holganza y no sientan ansiedad ante la dificultad de proveerse de los medios de subsistencia que necesitan ellos y sus familias.
Partiendo de esta premisa, Malthus consideraba que algunos aspectos que podían considerarse a primera vista como negativos para lo sociedad, no hacían si no velar por su sano mantenimiento. Estos aspectos eran, principalmente, las epidemias, el hambre y las guerras. Su devastador efecto sobre la población contrapesaba el crecimiento imparable de ésta y equilibraba su crecimiento con respecto al de los recursos. ¡Cómo le hubiera gustado a Malthus que los seres humanos contaramos con un mecanismo similar al de los lemmings y, llegado el caso, nos arrojáramos en masa por un acantilado! Algo similar a lo que sucede en El incidente de Shyamalan, ¿verdad?
Pero no hace falta haber leído a Malthus para darse cuenta de que hoy en día llevamos unas vidas perfectamente decentes y plenas aunque arrastramos con nosotros características que, no hace mucho tiempo, nos hubieran convertido en pasto de los buitres. ¿Cuántos de nosotros usamos gafas? ¿Cuántos padecemos de asma o alguna alergia? ¿Alguna minusvalía de algún tipo? No quiero que se me tache de eugenetista, nazi ni nada parecido, nada más lejos de la realidad, pero quiero que pensemos en cuántos de nosotros estaríamos realmente capacitados para sobrevivir si nuestra sociedad dejara de aportarnos esas «muletas» con las que suple nuestras limitaciones, cada vez más importantes y extendidas.
A la vista está que en este planeta se está dando un exceso de población y que, cada día que pasa, los recursos de los que disponemos son más y más escasos. Estamos destruyendo el ecosistema sin remedio y eso lo pagaremos caro. Llegará el día en que la Naturaleza haga lo que tiene que hacer y nos ponga en nuestro sitio: nos elimine hasta que seamos un número aceptable. Malthus promulgaba que éramos nosotros los que debíamos hacer ese trabajo para la Naturaleza. Desde nuestro punto de vista, Malthus es un auténtico chalado hijo de puta, y quizá tengamos razón, porque él hablaba de desatender a los menos afortunados desde su marfileña torre de la clase alta. Pero, insisto, puede que tenga toda la razón. Estamos padeciendo las consecuencias de un exceso notabilísimo de población en este planeta y ninguno tendremos los redaños de admitir que el camino para salir de esta situación límite es disminuir nuestro número. Porque, amigos, cualquier cosa en demasía es negativa, incluidos nosotros mismos. ¿Qué pretendemos hacerle a Gaia? Como mecanismo autorregulador que es, nada podemos hacerle que no sea hacérnoslo a nosotros mismos.
En palabras de Isaac Asimov: «La democracia no puede sobrevivir a la superpoblación. La dignidad humana no puede sobrevivir a la superpoblación. Las comodidades y la cortesía no pueden sobrevivir a la superpoblación. Conforme situemos más y más seres humanos en este planeta, el valor de la vida no solo declina, sino que desaparece». La base de este pensamiento es meramente económico. ¿Por qué ciertos bienes son más valorados que otros? Porque escasean. Y cuando sucede lo contrario, cuando abundan, su precio se abarata. Lo mismo está sucediendo con nuestras vidas: carecen de valor.
Acabo de encontrar un dato escalofriante en la web World Overpopulation Awareness: un tercio de la población mundial, lo que suponen dos mil millones de seres humanos, tienen menos de 20 años de edad. Lo que supondrá que nuestra especie, si nada lo remedia, experimentará en los próximos veinte años un baby boom de catastróficas consecuencias: hambre, enfermedades y guerra. ¿Os suenan estros tres factores? Son lo que en 1798 Malthus apuntaba como las medidas de la Naturaleza para controlar nuestra población.
Y ahora unos cuantos gráficos para que veamos a las claras el problema al que nos enfrentamos:
Crecimiento de la población mundial en la historia. Obsérvese el exacerbado crecimiento de la última etapa.
En los últimos 300 años hemos pasado de 600 millones a 6.000 millones de seres humanos.
Crecimiento en los últimos años, de 1950 a 2000.
De ahí concluyo que estamos hoy más cerca que nunca de que el planeta se colapse y de que sea la Naturaleza la que tome cartas en el asunto y decida por nosotros: nos eliminará como el virus, la plaga, que somos. Y nos dirá como dicen los padres a sus hijos: «si es por tu bien».
L'enfer c'est les autres.
El infierno son los otros.
J. P. Sartre.